“La naturaleza, con su ritmo paciente, me recordó que la perfección no existe como meta, sino como instante fugaz que se manifiesta en la autenticidad.”
Esta verdad, descubierta tras horas de observación silenciosa a través del visor, es el corazón de esta serie. No se trata solo de fotografiar la naturaleza, sino de traducir su lenguaje más profundo: un lenguaje de transformación constante, de ciclos que aceptan la decadencia tanto como el florecer, y de una belleza que reside precisamente en su vulnerabilidad.
En un mundo obsesionado con la precisión, la simetría artificial y el acabado impecable, estos detalles—un pétalo mordisqueado, la asimetría salvaje de una rama, la textura áspera de una roca cubierta de líquenes—son un manifiesto visual de lo genuino.
¿Qué vemos cuando miramos sin juicio?
Vemos que no hay líneas rectas, sino curvas que narran el encuentro con el viento y la luz. No hay colores planos, sino infinitos matices creados por la lluvia, el sol y el paso de las estaciones. En su aparente desorden, la naturaleza guarda una armonía profunda que no necesita ser explicada, solo sentida.
